La literatura técnica y la no tan técnica de eso que llamamos recursos humanos, y más ahora en entornos digitales, ha rebosado de notas características acerca de las diferencias entre un jefe y un líder. Pero ahora, al menos yo lo entiendo así, la cuestión va más allá, emergiendo una figura que yo denominaría «involucionado».
Y ello es importante, no solo para estar o no estar motivado, o más o menos a gusto en el entorno laboral o en la sociedad, sino para intentar entender el efecto nocivo de estos sujetos en la sociedad y en las organizaciones. Y trataré de explicarme.
Desde que el mundo es mundo, y los seres humanos han empezado a tener cierta capacidad analítica, nos hemos organizado para la consecución de objetivos. De manera primitiva (esa de la que todavía algunos no han mudado para nuestra desazón), los machos marchaban a la caza y las mujeres quedaban en el hogar a cargo de la crianza y las labores recolectoras. Y para ellos, sus brutas capacidades primigenias, les eran efectivas, aunque seguramente injustas.
Afortunadamente, nos hemos desarrollado o al menos deberíamos haberlo hecho en paralelo a la capacidad de nuestro cerebro. Pura filogenética. Así, dependiendo del órgano que nos rige, hemos avanzado hacia sociedades donde la organización cada vez ha sido más eficiente, y por qué no decirlo, más justa. Aunque aún quede camino.
Varados en este punto, es de recibo incluir un ingrediente que se hace imprescindible, la dirección. Como anteriormente decíamos, las sociedades y, por tanto, las organizaciones han avanzado y a la sazón hemos descubierto que la eficiencia es directamente proporcional al respeto del ser humano. De las personas. Y este es el secreto, pues nos ha permitido dejar atrás sociedades primitivas donde la ley del más fuerte imperaba sobre cualquier consideración al otro, olvidar estructuras feudales donde las castas esclavizaban al colectivo o renegar de sociedades industriales donde bajo los métodos de tiempos y movimientos se escondían las miserias humanas luciendo orgullosas las distancias entre el capital y la mano de obra. Nacía el líder.
Pareciera ser que la realidad actual de sociedades post industriales de nuestro entorno se hubiera convertido en el edén después de una larga andadura de desarrollo psicológico, social y jurídico que hubiera blindado las organizaciones de abusos, que más allá de ser ineficaces y poco productivos, transgreden el respeto hacia las personas. Pero lamentablemente la norma jurídica ha desacompasado a los cambios. Unas veces por detrás de los avances humanos intentando perseguirlos, otras, como en la actualidad, con ideales talibanes de sobre producción normativa intentando someterlos.
En cualquiera de los casos, no seamos ingenuos. Es cierto que la traslación del “Jefe”, entendido vulgarmente por aquel que dirigía con mano de hierro sustentado en una autoridad formal, al “Líder”, como motivador e incentivador de conductas, se ha producido en parte de la sociedad y las organizaciones. Sobre todo, en aquellas que han apostado por el respeto y la valoración de las personas, sin perder por supuesto elementos como la disciplina, la organización. Pero lamentablemente y cada vez más, nos encontramos personas involucionadas. Y esta involución tiene que ver con cierto efecto apopléjico.
Si bien el autócrata, a pesar de sus enormes carencias de gestión, actuaba muchas veces con brutalidad, pero con cierta inteligencia para la consecución de resultados, el involucionado da un paso atrás en la escala evolutiva, intelectual y emocional, sirviéndose de herramientas de destrucción masiva, pues humilla. Miente y daña. Se adueña de victorias, repele los fracasos. Se obsesiona con compararse al talento a base de impericia, utiliza un lenguaje agresivo, pero al mismo tiempo es tremendamente cobarde. Es inconsistente. Manipula, no escucha, segrega y atrae mediocridad, tiene el «yo» por delante. Es como si el cerebro se hubiera encogido y hubieran de buscar caminos de supervivencia Darwinianos cortoplacistas. Lo peor es que todo ello desemboca indefectiblemente en una falta de respeto a sí mismos y, por tanto, a los demás.
Entrar ahora en el origen en este patrón conductual, nos llevaría a un análisis más riguroso, pero en general en origen operan así a consecuencia de sus miserias, de sus ausencias, de sus déficits emocionales, de sus inseguridades, de sus incompetencias. Construyen un mundo artificial, paralelo y fantasioso sobre el que giran dándose sentido. Lo curioso es que, bajo la utilización de métodos arcaicos ya superados, se consideran a sí mismos gurús, iluminados y todopoderosos. Y es aquí, donde la labor del administrador de almas en la organización y diría, en la sociedad, se hace imprescindible. El efecto preventivo es indudablemente prioritario, pero complejo de prosperar. Tiempos difíciles para la pedagogía a orejas del asno. Y cuando esto no funciona y ha infectado el organismo, solo nos queda contenerlo a base de antídotos para resurgir. Aplicar los principios y valores. La objetividad y el orden. La transparencia e inteligencia. El mérito y la capacidad tan normativizado. Y así, mientras las bestias se obcecan en ridículas e injustas guerras, solo nos queda defender el fuerte de la humanidad. Si no lo hacemos, la organización y la sociedad se irán depreciando, deprimiendo en valores, reduciendo en talentos. Desoladas y a expensas de morir. Antes o después.
Estamos a tiempo.