No podemos negar que llevamos ya varios años viviendo un cambio en nuestro entorno, del que el mundo de la empresa no es ajeno. Acontecimientos sobrevenidos, al margen de nuestro quehacer diario, nos impactan y nos condicionan todos los días.
Parece que hay cierto consenso de que el mundo ha vivido el ciclo expansivo más largo de la historia. Hay bastante coincidencia en que hemos vivido, hasta principios de 2020, unos 11 años de verdadera expansión económica, desde aquellos traumáticos momentos que sufrimos en 2008 y que se denominaron “la gran recesión”. Aquello nos marcó y nos hizo reflexionar a propósito de las consecuencias que una crisis, en los mercados financieros, podía tener para las personas.
Muchos analistas sostienen que 2020, con la pandemia, fue el comienzo de lo que se denomina “la era del desorden” otros lo denominan “la era de la incertidumbre”. Todos sus argumentos tienen como hilo conductor, el fin del ciclo de la globalización, tal cual la hemos conocido, haciendo referencia al desgaste gradual que se ha tenido en la última década, siendo 2020, el año de la pandemia, el punto de inflexión y arranque de esa nueva era.
Lo anterior nos ha traído también crisis en la cadena de suministros y tensiones de todo tipo. Y, con el comienzo del 2022, nos hemos encontrado de lleno con un conflicto bélico, que está desbaratando todas las previsiones de crecimiento y de retorno a una nueva normalidad, que auguraban una etapa de vuelta a la estabilidad económica que tanto anhelamos. Y, con todo lo anterior, una transformación tecnológica muy disruptiva que, aun pareciéndonos lejana, está ya viviendo con nosotros. Sobresaltos e incertidumbre se hacen cotidianos.
Pero no podemos olvidar que la incertidumbre forma parte de la condición humana. Tanto en su dimensión personal como económica y social. Solo tenemos la certeza de que somos mortales, sin saber cómo ni cuándo se producirá este hecho. Por lo tanto, asumamos la incertidumbre como algo inherente a la vida. El mundo está lleno de sorpresas y cuando salimos de los carriles de la normalidad descubrimos que el mundo está lleno de crisis, de dinámicas que no son linéales, o fenómenos emergentes que cambian las cosas y, la mayoría de las veces, no lo podemos prever, no acertamos a identificarlos. No sabemos qué va a pasar, ignoramos muchas cosas, algunas muy relevantes, y sencillamente las ignoramos porque están en fase emergente antes de su irrupción.
La evolución de nuestro entorno seguirá sobresaltándonos y lo más importante es estar siempre predispuestos al cambio. Es verdad que la incertidumbre es siempre incómoda, pero no le veamos solo el lado negativo, porque representa una enorme posibilidad de desarrollar el ingenio, la innovación y la creatividad. Enriquece nuestro mundo y nos distancia de la estrechez de lo convencional, rompiendo rutinas y recordándonos que siempre vivimos abiertos al futuro y al cambio.
¿Y qué pasa con el liderazgo?
En el mundo de la empresa, vemos todos los días un gran condicionamiento por enfoques cortoplacistas, condicionados por los presupuestos que nos hemos marcado y por la cuenta de resultados que nos pasará factura a final de año. Pero quizás, estemos entrando en un periodo, donde debamos empezar a mirar más allá y a pensar no solo en el corto plazo, sino en actuar más orientados en aportar a un país o mantener una empresa a pesar de que los resultados sean menores. Se hace necesario lanzar mensajes de seguridad y de confianza. Un líder hoy, debe transmitir confianza y buen hacer ante la incertidumbre permanente.
Igual que no pudimos guiarnos por la planificación estratégica que hicimos en el 2019, donde no sabíamos que viviríamos una pandemia, o por los planes que preparamos en el verano del 21, cuando ya vislumbrábamos una mejora de la situación para 2022, sin poder anticipar el conflicto bélico y las consecuencias que estamos viviendo, hoy deberíamos guiarnos por un propósito. Los planes, las previsiones, ya no sirven, hay que repensarlos en su totalidad. Y esto es válido desde una gran empresa a cualquier PYME. Sin excepción.
El Covid-19, la situación derivada de la crisis en la cadena de suministros, el conflicto de Ucrania, han truncado los mejores planes. Los diseños de proyectos, los planes de trabajo en equipo y los eventos que se diseñaron para afrontar la recuperación o no son abordables o han pasado a un segundo plano. Hay que adaptarse y reinventarlos. Incluso si una empresa hubiera diseñado el plan perfecto, debemos cumplir con una nueva realidad.
¿Se puede, por lo tanto, seguir liderando en el escenario actual y futuro con estilos que han servido durante los años de expansión?
Igual que quiero políticos que me den esperanza, quiero líderes empresariales que me den esperanza. Que me digan y me convenzan de que todos vamos a hacer un esfuerzo para poder afrontar los retos a los que os he hecho referencia antes. Que nos emocionen y que nos hagan sentir que dentro de la incertidumbre, dentro del desorden, puedo confiar y seguir dando todo lo mejor para ayudar a que de esto salimos y que sabremos reorientarnos a los escenarios futuros.
Y lo triste es que se ven pocos líderes que se hayan convertido en aliados y en repartidores de esperanza, pero no desde el romanticismo, sino desde la acción. Líderes comprometidos con sacar adelante a sus equipos de trabajo, de contagiar optimismo, visión de futuro y pasión por los retos.
Estamos en un momento en el que lo anterior toma mayor relevancia, estamos viviendo una coyuntura de la que nadie es experto, pero que nos ha obligado a cambiar y a ver las situaciones de una manera diferente. Ningún líder estaba preparado para esto, y es aquí donde convertirse en un “repartidor de esperanza” se convierte en factor clave para mantener elevados los niveles de compromiso y productividad en los equipos de trabajo. Y repito, no desde una visión romántica y alejada de la realidad.
Se hace necesario que lideremos desde el optimismo. El pesimismo provoca paranoia, produce una actitud defensiva y, a su vez, aversión al riesgo. El optimismo, en cambio, pone en marcha una maquinaria distinta. En particular, en los momentos difíciles, las personas a las que lideras deben sentir confianza en tu capacidad para centrarte en lo que importa, y no para actuar a la defensiva y por afán de conservación.
No se trata de decir que las cosas son buenas cuando no lo son, ni de transmitir una fe innata en que “todo estará bien”, se trata de hacer creer que tú y las personas que te rodean podéis encauzar la situación para obtener el mejor resultado posible, y no de transmitir sensación de que todo está perdido si las cosas no salen a tu manera o como planificaste.
La pauta que marcas como líder tiene un efecto enorme en las personas que te rodean. Nadie quiere seguir a un pesimista.
Liderar con esperanza es liderar con visión y optimismo, esto es lo que permite cohesionar a las personas adecuadas con el talento adecuado y dar paso a la creatividad, innovación, capacidad de reinventarse y de agregar valor.
Liderar siendo justos y compasivos, al mismo tiempo que honestos y equitativos. No hay liderazgo sin ética, una mala persona no llega nunca a ser un buen líder. Liderar va mucho más allá de obtener resultados a costa de todo.
Esos son los activos intangibles que sólo las personas sabemos construir, que nos diferencian y que nos hacen ser superiores a cualquier robot o inteligencia artificial que venga. Sentimos cómo nos impactan y cómo impactan a otros.
Es hora de llevar la transformación a un nivel más profundo en el mundo de la empresa. Y para eso hace falta un liderazgo real orientado al propósito, esperanzador, optimista y ético. Orientemos a las organizaciones hacia estrategias en las que otros quieran confiar y aliarse para construir futuro.
Es sencillo, lideremos desde la emoción.
Human Resources Business Partner en CEPSA.
Profesor doctor asociado de la Universidad Antonio Nebrija de Madrid y profesor colaborador del IME de la Universidad de Salamanca.
Autor de los libros Promesas y realidades de la revolución tecnológica y La humanización de la era digital, publicados ambos en la editorial Catarata.