Este breve ensayo, que ofrece unas pinceladas acerca de la toma de decisiones -las que se toman día a día, también en la empresa-, tiene su origen en la nueva materia que el pasado curso académico comenzó a impartirse en el IME relacionada con la reflexión y el acompañamiento del desarrollo tanto personal como empresarial de los alumnos de los másteres[1]. Desde un análisis motivacional, trataré de definir algunos elementos relacionados con las tomas de decisiones. De otro lado, esperamos que estas reflexiones sean de utilidad a los empresarios ante su quehacer diario y en general que todos sepamos enfrentar con más claridad y menos respeto este tema tan cotidiano en nuestras empresas o simplemente en nuestra vida.
¿Cómo podríamos definir la responsabilidad? Sencillamente como la habilidad de responder ante una realidad. La responsabilidad de elegir la tenemos cada uno de forma individual. Es una respuesta, una opción que tomamos ante al abanico de situaciones que nos ofrece la vida.
¿Han pensado cuántas opciones tomamos a diario? Si tomamos más o menos café, si vamos por una calle o por otra, si hacemos una ruta o no, las prioridades que tenemos hoy, y un largo etc… ¿Y se han planteado cuantas hacemos de manera automática? Continuamente elegimos entre varias opciones aquella que consideramos más conveniente. Las decisiones serán en mayor o menor grado importantes, más o menos complicadas de resolver, adoptar, y con unos resultados esperados o consecuencias diferentes. Y, por supuesto este esquema lo podemos extrapolar fácilmente al entorno empresarial.
Al decidir, somos nosotros quienes libremente valoramos qué preferimos y qué elegimos en cada momento. Frecuentemente nuestro esquema mental consiste en analizar los beneficios y costes de tomar la decisión (decisión A versus decisión B). Y, por supuesto, la decisión no es siempre clara, nítida… hay muchos elementos considerar, cada uno con su peso. En todo caso la elección depende sólo de nosotros y, como tal, es nuestra responsabilidad. Incluso “no elegir” es nuestra responsabilidad. ¿Cuántas veces hemos relegado, dilatado, pospuesto, procrastinado, etc., una decisión o, simplemente, la hemos ignorado…? Por tanto -como decíamos- es importante destacar nuestra responsabilidad individual en la cual si nosotros decidimos “no elegir”, ya no cabe culpar a nadie ni hacernos víctimas de la situación, pues incluso “no hacer nada” es precisamente “elegir” el “no hacer nada”.
De otro lado, seamos conscientes de que cada decisión configura de alguna manera nuestra vida. Lo que somos hoy no es más que el fruto de un cúmulo de decisiones previas y, en función de nuestras decisiones, hemos obtenido y obtendremos unos resultados. Con errores o sin ellos, cada decisión forma un granito de arena que se va amontonando hasta construir la montaña que hoy somos. Por otra parte, muchos son los que defienden que no hay decisiones erróneas. Son simplemente decisiones, experiencias, que han dado lugar a otro tipo de resultados diferentes a los esperados, decisiones de las que extraemos un aprendizaje (o al menos es muy positivo que lo extraigamos en caso de que no se hayan cumplido nuestras expectativas).
Tan importante es -en nuestro proceso de toma de decisiones- el plantearnos qué proceso o esquema racional queremos seguir, como el cómo queremos llevarlo a cabo. Con la primera parte nos referimos a seguir un esquema mental que implica la elección de diferentes alternativas con una dirección clara hacia nuestro objetivo y enfocándonos hacia él. Recordemos brevemente las etapas que conforman el proceso de la toma de decisiones: en primer lugar, debemos identificar la necesidad de tomar una decisión a colación, por ejemplo, del surgimiento de una oportunidad o un nuevo reto o problema que se presente en la empresa. El siguiente paso, consiste en identificar y definir los criterios que queremos considerar en el análisis de la decisión con sus respectivas ponderaciones. De esta forma, a renglón seguido, podremos definir y desarrollar alternativas para, a continuación, proceder al análisis y posterior selección de las mismas. Una vez hecha la elección procederemos a implementar la alternativa en cuestión sin olvidar su posterior evaluación o análisis de la eficacia de la decisión tomada.
El tema de “cómo llevarlo a cabo” se relaciona más con nuestra propia forma de actuar e interaccionar –con nosotros mismos y con los demás-. Y en este punto es donde ya entran los valores y las creencias personales de cada persona así como -en su caso- la cultura de la propia organización empresarial. En este ámbito, desde el IME hemos reflexionado acerca de hasta qué punto nuestros valores y creencias personales están alineados con los empresariales de forma que hemos podido incluso plantearnos una forma de actuar a nivel personal o –en su caso- hacérselo llegar a nuestra organización. Este ejercicio, simplemente intuitivo –puesto que lo ideal es hacerlo en el marco de una organización- ,trasladado a un ámbito empresarial, podría permitir a las empresas detectar de una forma sencilla la manera de forjar un acercamiento constructivo hacia sus empleados y/o agentes empresariales (clientes, proveedores…). Ni que decir tiene que una mayor satisfacción de estos últimos derivaría sin duda en una mayor productividad y eficiencia de la empresa en general así como una mayor satisfacción de los agentes involucrados en la misma.
De otro lado -ya a nivel individual y, como seres humanos-, todos tenemos una serie de planteamientos internos cuya revisión y atención conviene tener presente cuando tomamos una decisión. Nos referimos a conocer, por ejemplo, los miedos a los que nos enfrentamos, nuestras reacciones, el precio que pagamos por una decisión, la negación a aprender, las creencias que tenemos, nuestras prioridades, y un largo etc.
Para terminar, una pequeña reflexión: pensemos por un momento que nuestra empresa fuera una pequeña embarcación. Si todos remamos en el mismo sentido, la barca irá ligera pero no sucederá lo mismo si cada uno va a su ritmo, velocidad, dirección y/o sentido. Es más, el esfuerzo será tremendo para finalmente obtener unos resultados inestables, poco productivos y satisfactorios. De ahí la importancia de fomentar la responsabilidad, a la vez que reflexionar sobre las decisiones que tomamos, siendo conscientes de su repercusión y alcance. Y de ahí, también, la importancia de identificar tanto la cultura de la empresa -su forma de ser y actuar-. Todos estos aspectos se manifiestan en el hacer del día a día y ante las oportunidades y dificultades que se presenten, lo cual necesariamente –y si queremos que la barca vaya ligera- derivará en una alienación entre su misión, visión y valores. Y si somos coherentes, el paso siguiente será plantearnos en qué modo y medida contribuimos a la sociedad de forma positiva. ¡A remar!
[1] Quiero agradecer a mis alumnos la motivación que de ellos he obtenido (esa juventud siempre perenne de la que yo también me beneficio) en estos años. La ilusión, interés, alegría, espíritu de saber con la que trabajan me hace día a día sentir una gran admiración por sus valores y me ha animado a escribir estas líneas como miembro de la Universidad de Salamanca, el Instituto Multidisciplinar de Empresa, el Departamento de Administración y Economía de la Empresa y la Facultad de Economía y Empresa.
Belén Lozano: Profesora Miembro de Instituto Multidisciplinar de Empresa (IME), Directora del Departamento de Administración y Economía de la Empresa y Subdirectora de la Cátedra de Empresa Familiar.