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¿Qué podemos hacer para controlar nuestro estrés laboral?

By marzo 5, 2019mayo 11th, 2023BLOG

Saber interpretar las emociones es crucial porque aunque los humanos justificamos racionalmente nuestras decisiones, solemos decidir emocionalmente. Esto es, en muchos casos, la emoción suele influir más en la razón que ésta en la emoción.

Aunque cuando tomamos decisiones pensamos que lo hacemos de forma racional, casi siempre actuamos condicionados, en buena medida, por nuestras emociones.
Pensamos que somos racionales, pero somos básicamente emocionales.

Las emociones tienen mucha fuerza y son difíciles de cambiar. Actúan como un filtro que condiciona nuestra percepción de la realidad y determinan nuestras expectativas, las cuales son esenciales para comprender nuestra conducta tanto dentro como fuera de la empresa. Por todo ello, nuestro estado emocional influye enormemente en nuestra forma de actuar.

Nuestro trabajo y nuestra vida personal tienen vasos comunicantes. Lo que nos pasa en el trabajo nos afecta fuera de él, y lo que nos sucede fuera del trabajo nos lo llevamos al trabajo.

Camilo José Cela aseguraba que el que resiste, gana. Pero en realidad gana el que es resiliente. Este término, procedente de la metalurgia, hace referencia a la capacidad de un material para recobrar su forma original después de someterse a una presión que lo ha deformado. La resiliencia, por tanto, es la capacidad de una persona para recuperarse ante las adversidades. La verdadera fortaleza está en la flexibilidad más que en la fuerza. La fuerza es bruta. La flexibilidad es inteligente.

El desarrollo de la resiliencia requiere tiempo y esfuerzo, y es un antídoto eficaz contra el estrés laboral. Sobreponerse es condición necesaria
para reponerse. Y cuando reponerse no es posible, porque muchos traumas son indelebles, es importante poder sobreponerse. La resiliencia requiere coraje y sacar fuerzas de flaqueza. Para su logro es útil seguir las siguientes pautas:

  • Para. Si ves que te cuesta mucho seguir, para. No hay puesto ni dinero que compense un infarto.
  • Evita las discusiones. Decía el cardenal Mazarino que “si te ofenden, lo mejor es que actúes como si no hubiera pasado nada, porque las disputas solo generan disputas, y ya no tendrías paz”. Al tratar con personas conflictivas, debemos intentar no hacer caso de sus ataques y evitar convertir los conflictos en algo personal. A veces, cambiando de actitud podemos conseguir que ellos cambien también su forma de actuar. Esto no significa que debamos ceder siempre. Se trata de encontrar un camino que nos permita hacer frente al problema sin demasiado coste personal.
  • No insistas cuando el otro no escucha. No intentes que alguien que no escucha te comprenda. Da igual lo buena que sea tu intención: es como tratar de inflar un globo pinchado.
  • Evita las personas tóxicas. Algunos compañeros de trabajo pesados o clientes insufribles pueden llegar a volverte loco. No trates de enfrentarles, solo conseguirás desgastarte.
  • Cuida el modo con el que te hablas. Procura hablarte en positivo. Según cómo nos hablamos moldeamos nuestras emociones, las cuales cambian nuestras percepciones. No es lo mismo decirse “todavía tengo una hora” que “solo me queda una hora”. Lo primero es mejor porque contribuye a calmarse. Ser positivo no consiste en negar lo negativo, sino en centrarse en lo que puede ser útil. Quejarse de lo que está mal es razonable, pero no es práctico. Los pensamientos negativos solo favorecen el que las personas entren en bucle, lo que se conoce como rumiación.
  • Cuida tu cuerpo. La salud física es una condición indispensable para la salud mental. Ya lo decían los clásicos: mens sana in corpore sano. Cuidando tu cuerpo cuidas también tu mente. El peor descuido es el de las necesidades fisiológicas. Dormir bien y comer bien es fundamental para trabajar bien. Y hacer ejercicio de forma regular y moderada es necesario para tener energía.
  • Haz lo posible para estar de buen humor. El buen humor aumenta la capacidad de concentración porque permite poner toda la carne en el asador al no despilfarrar recursos cognitivos en pensamientos negativos derivados del mal humor.
  • Disfruta de tus momentos de ocio. Para los clásicos el ocio era el tiempo más importante, porque era el consagrado a la mejora de uno mismo, a la contemplación, a la conversación con los amigos… El nec-ocio era para los pensadores griegos aquello que hay que hacer para ganar dinero cuando no queda más remedio. Esto es, el ocio sería el espacio dedicado al enriquecimiento personal y el negocio las actividades imprescindibles para poder pagar las facturas.
  • Llévate bien contigo mismo. Se quiera o no, uno se pasa el día consigo mismo. Ser autocomprensivo no implica ser autocomplaciente. La comprensión se basa en la honestidad, mientras que la autocomplacencia está relacionada con el victimismo o la falta de propósito de enmienda. Equivocarse de forma no intencionada es humano. Además, los errores deben verse como una oportunidad para aprender y no como un fracaso. Quererse no es ser narcisista; solo implica valorarse. Hablarse en positivo es fundamental. Los pensamientos negativos, cuando son frecuentes, se vuelven automáticos, y nos hacen rumiar y agotarnos emocionalmente al llevarnos a estar dando vueltas constantemente sobre lo mismo.
  • No dejes que te manipulen. Hay que tener mucho cuidado con las personas hipócritas y envidiosas. Actúan de forma deshonesta, mienten y traicionan fácilmente nuestra confianza. Este tipo de individuos buscan dañar nuestra reputación difundiendo rumores o sembrando cizaña, contando mentiras o medias verdades a otras personas. En estos casos nunca hay que mostrar debilidad.
    Un manipulador no irá a buscar a un egoísta. Tratará de aprovecharse de alguien sensible, bueno. El modus operandi suele ser mostrarse zalamero, para lograr que la otra persona ceda y, posteriormente, aprovecharse de ella.
    Lo loable es ser generoso, no tolerante. Y la auténtica generosidad exige ser intolerante con el abuso. Si dejamos nuestro bienestar en manos de los demás estamos totalmente indefensos. Es importante ser consciente de que cuanto menos generosas sean las personas que nos rodean, más vulnerables somos. Si no tienes muy claro que jamás debes permitir que te manipulen, es fácil que otros abusen de tu bondad y confianza.
  • Evita las situaciones que te ponen de mal humor. Ser emocionalmente inteligente implica evitar aquellas situaciones que uno sabe que serán desagradables. De la misma forma que sabemos que hay alimentos que nos sientan mal o cuya digestión nos resulta muy pesada, si cada vez que veo a Antonio me pongo de los nervios, lo más inteligente es no salir a la misma hora que él sale a tomar café. Ojos que no ven, corazón que no siente. Las emociones siguen una lógica implacable: sentir ira por ver a alguien que no soportamos es tan natural como sentir asco al oler algo podrido.
  • Aprende a perdonarte. Hay que aceptar que errar es humano, lo que no consiste en ser autoindulgente por sistema, sino en aplicar el principio de no hacerse daño a uno mismo. Y si alguna vez caes en el pozo, haz lo posible para salir de él lo antes posible, en lugar de lamentarte. El sufrimiento es inútil. Y precisamente por este motivo, perdonarse es una de las claves de la felicidad, junto con quererse y tomar las riendas de tu vida. Si no aprendes a perdonarte, no aprendes a vivir.

 

 

Luis Vázquez Suárez

Subdirector del Instituto Multidisciplinar de Empresa (IME).

Director del Máster en Investigación en Administración y Economía de la Empresa por las Universidades de Burgos, León, Salamanca y Valladolid

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