En los últimos tiempos estamos asistiendo a una creciente sensibilización acerca de la consecución de los diferentes Objetivos de Desarrollo Sostenible -ODS- (Sustainable Development Goals -SDG- en inglés). El análisis de los mismos forma parte de una gran variedad de disciplinas, entre las que se sitúan las materias de economía y empresa.
Hacia la consecución de nuevos objetivos
De hecho, bien podemos decir que en estas últimas décadas estamos asistiendo a una profunda evolución en cuanto a la consecución de objetivos en nuestras organizaciones, entre ellos los financieros. En la actualidad, las empresas intentan tener en cuenta -a la vez que conciliar- los muy variados intereses de todos sus stakeholders: desde los puramente financieros (accionistas y otros aportantes de recursos) hasta los de la propia sociedad -en el sentido más amplio de la palabra-, y pasando por los agentes directamente implicados habitualmente en la organización (clientes, consumidores, instituciones…).
Sensibilidad
Como consecuencia, en estos momentos existe una creciente sensibilidad hacia los temas relacionados con el desarrollo sostenible, los derechos humanos y la pobreza, los efectos del cambio climático sobre el medio ambiente y otros muchos. En nuestras materias de administración de empresas, también una buena parte, por no decir la mayoría, de la reciente investigación va dirigida a la consecución de dichos objetivos, especialmente desde su lanzamiento desde las Naciones Unidas en septiembre de 2015.
Las decisiones de inversión
Y al hilo de las finanzas, no cabe duda en este nuevo contexto de la relevancia del inversor como primer agente interesado en formar parte activa de la toma de decisiones de inversión; no sólo relacionadas con aspectos fundamentales como la rentabilidad o el riesgo -como objetivos naturales de carácter financiero- sino también con nuevas cuestiones relacionadas con el medio ambiente, la sociedad o el gobierno de las empresas. Es lo que llamamos la incorporación de nuevos enfoques éticos o sociales a la inversión en ESG (Environment Social and Government o ESG), o inversión sostenible (Socially Responsible Investing), por sus siglas en ingles.
A la hora de invertir
Por ejemplo, una decisión a la hora de invertir en un producto financiero hoy día viene (o, a priori debería venir) condicionada por motivos no sólo de carácter financiero sino también de otro cariz. En la actualidad son precisamente los elementos ligados a la ESG los que reflejan la esencia del concepto de inversión sostenible.
Cómo hemos evolucionado
Piénsese como muestra la gran popularidad que en los últimos años están adquiriendo los activos financieros sostenibles como por ejemplo los bonos verdes debido a la preocupación entre los inversores por el cambio climático y las cuestiones éticas. Incluso algunos estudios (no todos) parecen empezar a mostrar el mayor rendimiento financiero de este perfil de índices en comparación con los tradicionales. O piénsese como una segunda muestra -ya desde el punto de vista del inversor- cómo esta creciente sensibilidad ha contribuido a la aparición de índices bursátiles sostenibles, que atraen a un número cada vez mayor de inversores. Aunque el primer índice sostenible se creó en 1990, con el nombre de Domini 400 Social Index, la introducción del bono verde en 2007 fue de los hitos más destacados como punto de inflexión, acompañado del lanzamiento de los Principios de Inversión Responsable de las Naciones Unidas en 2006.
En el camino de la investigación
Sin duda éste es uno de los campos de estudio que a día de hoy recibe una gran atención en el campo de las finanzas. Sin embargo, hasta el momento, el grueso de la investigación en los mercados de capitales se ha centrado en el análisis de los índices tradicionales basados en supuestos puramente financieros y tan solo se conoce un pequeño número de trabajos dedicados al estudio de la interrelación y de los mecanismos de vinculación entre índices tradicionales e índices sostenibles.
De hecho, las empresas y los inversores preocupados por realizar inversiones sostenibles y ecológicas intentan conocer y discernir acerca de las razones “no financieras” o “de reputación que justifiquen la elección de estos activos y buscando, obviamente, mejoras de algún tipo en la obtención de sus rendimientos.
Una realidad ralentizada
La realidad, sin embargo, aun va ralentizada. Existen aún elevados riesgos (y costes asociados) en este tipo de inversiones fundamentalmente relacionados con la incertidumbre que nos rodea a diario: incertidumbre debida al desarrollo y efectividad de las nuevas tecnologías; incertidumbre derivada de las recientes crisis, la guerra ucraniana, etc., están aún retardando más este proceso que parecía haber comenzado; y cómo no, el retardo debido a la resistencia natural de modificar los tradicionales modos de inversión. No olvidemos que la inversión tradicional sigue existiendo como opción muy válida y tradicionalmente rentable para las empresas y los inversores.
Por todo lo anterior, nuestras finanzas deberían contribuir – ya lo hacen y estoy segura lo harán en mayor medida- a conocer en profundidad los efectos y los resultados -tanto a nivel empresarial como desde los propios mercados- de la inversión con carácter, sostenible, social, ética y responsable. Por ahora, ¡algo vamos avanzando!