Los pasados días 2 y 3 de octubre de 2024 tuvo lugar en Salamanca una extraordinaria conferencia. Sin duda fue extraordinaria no solo por su calidad sino porque era la primera vez que se organizaba un encuentro de profesores eméritos del área de fundamentos del análisis económico o con una destacada aportación en el ámbito del análisis económico. La universidad viva más antigua de España ofrecía un marco incomparable para este más que merecido reconocimiento a unas vidas dedicadas no solo a la economía cuantitativa sino a transformar la forma en cómo se contrataba e impartía la docencia en economía en la universidad española.
Once de los más destacados profesores eméritos de nuestras universidades aceptaron la invitación, a pesar de no tener muy claro la naturaleza de este peculiar y novedoso evento. Salvador Barberá, Jordi Brandts, Emilio Cerdá, Luis Corchón, Antonio García-Ferrer, Carmen Herrero, Carlos Hervés, Juan E. Martínez-Legaz, Ignacio Mauleón, Javier Ruiz-Castillo y Vicente Salas. Todos ellos estudiaron sus doctorados en centros extranjeros de prestigio y retornaron a España para transmitir y aplicar lo que habían aprendido. Y lo hicieron no solo desde sus cátedras, sino desde los puestos de responsabilidad que ocuparon -desde la Secretaría de Estado de Política Científica y Tecnológica hasta la Dirección de la Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y la Acreditación-. Nombres propios con investigaciones destacadas en sus campos, pero cuya mayor contribución fue cambiar el panorama universitario, creando una academia de doctores heredera de sus buenas prácticas. Fruto de todo ello la mayor parte de las universidades españolas son hoy en día menos endogámicas y más meritocráticas y se ha producido un salto cuantitativo y cualitativo en la investigación de sus profesores. Sin embargo, en un entorno dinámico, las recetas válidas hace varias décadas quizá hayan perdido su eficacia en el mundo actual, mucho más tecnológico y con una sociedad con unos valores muy distintos a los que había entonces. Por ello una conferencia como esta representaba una oportunidad única para conocer y debatir sobre ello con este destacado panel de sabios.
Permítanme resumirles algunas de las ideas que desgranaron nuestros eméritos en sus presentaciones. La mayor parte de ellos centró sus discursos en los avances realizados en sus disciplinas: los métodos de asignación de recursos (Luis Corchón), la elección social (Salvador Barberá), la economía experimental (Jordi Brandts), la economía de la empresa (Vicente Salas), la medición de la justicia y equidad (Carmen Herrero) y en el análisis matemático, aplicado a la representación las preferencias (Carlos Hervés) o la optimización (Juan E. Martínez-Legaz). Otros prefirieron dedicar sus intervenciones a argumentar sobre algunos temas de vital importancia en la investigación y toma de decisiones como la relevancia de los valores (Ignacio Mauleón) y los métodos de predicción (Antonio García-Ferrrer) o a analizar las explicaciones culturales y genéticas de las diferencias de género (Javier Ruiz-Castillo). Finalmente, también hubo quien prefirió hablar de la evolución de la carrera académica desde una perspectiva más intimista (Emilio Cerdá). Ni que decir tiene que todas las intervenciones fueron brillantes, pero todos los discursos estuvieron centrados en el pasado, en lugar de en el presente y futuro, que era el tema de debate del congreso.
Por otra parte, solamente Vicente Salas fue capaz de reconocer su fracaso en extender el análisis riguroso y la modelización al campo de la economía de la empresa en España. Y esto es precisamente una de las claves para entender el mundo en el que se mueve la investigación y la formación en el ámbito de la economía en la actualidad. Hace tres décadas nuestros estudios tenían una sólida formación cuantitativa. Esto era posible porque nuestra generación se había criado en una cultura del esfuerzo, en la que nuestros padres nos habían enseñado a que solo de esa forma se podía aprender y mejorar económica y profesionalmente. Desgraciadamente las nuevas generaciones no comparten mayoritariamente esos valores. Esto no es culpa suya, sino el fruto de una deliberada política educativa centrada en cuestiones como los sentimientos, la ideología o pedagogía demagógica (todo ello con la excusa de una formación más práctica e inclusiva). Los avances tecnológicos, con la inteligencia artificial como pilar de cadena intelectual, así como las secuelas de la crisis del Covid-19, han ayudado también a generar una sociedad perezosa y digital. Como resultado, los estudiantes actuales tienen mayoritariamente nulo interés por las matemáticas, lo que hace que muchas de las disciplinas de nuestros eméritos se hayan quedado estancadas en el ámbito de la docencia. Y prueba de ello fue que los únicos aplausos espontáneos de la grada fueron cuando Vicente Salas recomendó que aprendieran contabilidad (posiblemente no la contabilidad tradicional, sino la identificación y medición de las fuentes de datos). En esa dirección Ignacio Mauleón recomendó a los estudiantes que aprendieran computación (o ciencia de datos) de cara a su futuro profesional.
Esta visión pesimista en la docencia puede extenderse también en la investigación. El análisis cuantitativo ha llevado a la búsqueda de indicadores cuantitativos como criterios objetivos de la calidad científica de las publicaciones. En este sentido, medidas como el índice de Journal Citation Report (JCR) parecía una panacea capaz de identificar las mejores revistas en función de las citaciones de sus artículos. Nada más lejos de la realidad. Los teóricos de la economía deberían haber anticipado que los científicos y las propias revistas también reaccionan a los incentivos y esto ha llevado a un sistema de revistas predatorias y de investigadores con currículos engordados artificialmente a los que se acredita con una facilidad pasmosa, excepto en el ámbito de fundamentos del análisis económico, donde seguimos empeñados en juzgarnos por unos baremos rigurosos, pero obsoletos. Baremos que se aplican no solo a la acreditación y a los sexenios, sino a los fondos de investigación que quedan repartidos entre los centros de primer nivel y los temas alineados con ciertos objetivos. Esto ha generado una brecha insalvable entre los investigadores que hacen investigación aplicada a los campos de la agenda 2030 y los que no y entre las universidades con capacidad para contratar a estos científicos y las que no. De hecho, Jordi Brandts abogó por que ciertas investigaciones iban a requerir ingentes masas de fondos en detrimento de otras.
Además, la forma de impartir clase de grado es distinta a cómo se hacía cuando lo hacían con regularidad nuestros eméritos, no solo por la mayor importancia de la práctica frente a la teoría, sino por los propios contenidos de las asignaturas. En la actualidad existen enfoques alternativos que cambian la perspectiva de los modelos microeconómicos donde la competencia perfecta no es la generalidad de los mercados sino la excepción o donde los agentes a menudo no tienen una conducta optimizadora racional. También los modelos macroeconómicos (huérfanos de representación en la conferencia) han pasado por sus momentos críticos como, por ejemplo, la etapa de tipos cero (con ineficacia de la política monetaria convencional) o de aplanamiento en la curva de Phillips. Incluso los cambios son patentes en econometría, donde los métodos de predicción tradicionales parecen superados por técnicas de machine learning y deep learning que han crecido al amparo de la mejora en la computación y en la existencia masiva de datos. Y esto va todavía más allá si pensamos en los efectos de la inteligencia artificial provocará en nuestros estudiantes y en nuestros profesores en un futuro próximo.
La realidad universitaria está cambiando y esto es precisamente lo que yo esperaba escuchar en esta conferencia. Nuestros eméritos fueron pioneros en introducir rigor en la enseñanza de la economía y en la organización de la profesión, pero ahora necesitamos una nueva generación capaz de reconocer la realidad y dirigirla en la dirección adecuada. Me temo que, si nadie toma las riendas del cambio, el futuro de nuestra profesión se verá seriamente afectado.
Javier Perote Peña
Catedrático de Fundamentos del Análisis Económico
Universidad de Salamanca